Un film de vampiros norteamericano que intentaba competir en su tiempo y lugar, USA, contra los films de vampiros británicos de la Hammer. ¿Cómo se hace eso? Lo primero es trasplantar un viejo y anticuado vampiro a un ambiente de oficinas y viviendas norteamericanas de los 70. Es decir, practicamente todos los decorados son interiores de viviendas familiares, algunas oficinas y algún exterior campestre, lo que habla de la economía de medios del film. Sí a esta pobreza patente se le une una fotografía fría como pocas y una dirección muy impersonal y televisiva, nos da como resultado un film que parece filmado con miedo, a distancia, sin vida propia. Su ambientación recuerda al cine canadiense de primero de los 80: fría y muy urbana. El resultado, unido con malos actores y menos terror y aún mucho menos efectos especiales (porque valen dinero) es un films deprimente y aburrido hasta lo máximo. El vampiro no vale una mierda, y encima chupa poca sangre porque tiene una debilidad pasmosa ante los impertinentes humanos varones que quieren matarle. Es extraño que aún así tuviera cierta repercusión esta patata. Lo que es ESPELUZNANTE DE VERDAD. Es la escena de la mujer comiéndose a un gatito. Tras visionar varias veces la escena yo mismo podría pensar (y más a finales de los 60) que la mujer interpreta con gatito muerto entre sus manos, que encima parecer medio reventado por la rueda de un coche o por un golpe atroz. La escena es asquerosa como pocas. Salvo esa anécdota solamente destacar también que el refugio de el conde Yorga es una curiosa vivienda norteamericana de California en donde se han rodado películas de terror de muy bajo presupuesto y como no, un montón de pelis porno. Lo sorprendente es que este bodrio tuvo una secuela.
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